El nuevo virus que apareció a finales del año 2019 en la provincia china de Hubei fue declarado “pandemia” el 30 de Enero del 2020, tras cobrar 171 vidas en Asia y Europa. La enfermedad se dispersó rápidamente, por lo que en ese primer año las muertes superaron los 3 millones, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud.
Hoy, a 35 meses de aquel primer brote, la cifra oficial de fallecimientos por COVID-19 es de 20.2 millones de personas, aunque en realidad el registro podría rebasar los 29 millones.
Proporcionalmente, son muy pocos los individuos que creen en milagros. Pero la velocidad récord con que países, organismos de salud, médicos y científicos decidieron colaborar para desarrollar las vacunas anti-coronavirus, que luego se produjeron por miles de millones para distribuirse en todos los continentes, fue algo realmente milagroso.
Gracias a la efectividad de esos medicamentos ha sido posible controlar la pandemia y aliviar el sufrimiento en el mundo, haciendo que la vida vuelva a tener cierta normalidad.
El virus SARS-CoV-2 no ha desaparecido y literalmente llegó para quedarse, pero las vacunas –sin importar su marca– son esa bendición que mucha gente estuvo pidiendo. No obstante, hay quienes cuestionan o expresan preocupación por este milagro de la ciencia, que es complejo y difícil de entender.
La palabra “virus”, que en latín significa veneno, ponzoña, define a microorganismos de estructura sencilla –son compuestos de proteínas y ácidos nucleicos– que sólo pueden reproducirse dentro de células vivas, aprovechando su metabolismo. Tal como hacen los virus informáticos, que se introducen tramposamente en el cerebro de la computadora y al activarse afectan su funcionamiento, destruyendo la información.
Así, el coronavirus es un ejército invasor que requiere de nuestro cuerpo: necesita infectarlo a fin de tener fuerza y multiplicarse. Al acceder el virus –generalmente por vía respiratoria–, el sistema inmune intenta defendernos. Ante la amenaza, toma medidas como elevar nuestra temperatura corporal para dañarlo, mientras lo identifica; pero si se trata de algo totalmente nuevo, nada puede hacer: nos quedamos sin defensa.
Entonces la infección viral ataca los principales órganos internos: pulmones, hígado, riñones, corazón, impidiendo que funcionen correctamente, además del cerebro y el sistema nervioso central.
Es por esta complejidad que surgieron tantas dudas sobre las vacunas. ¿Afectan la fertilidad en mujeres, o el embarazo? Sí, para bien: los bebés incluso llegan a desarrollar anticuerpos contra el COVID-19. ¿Tienen efectos secundarios? Aparte del dolor en el punto de la inyección, puede haber fiebre o cansancio un par de días, lo que es una respuesta inmunitaria saludable. ¿Dónde obtener información confiable sobre las vacunas? En el sitio y los comunicados de la Organización Mundial de la Salud, así como en artículos de publicaciones científicas, que son revisados cuidadosamente por “pares” –especialistas sin interés económico para que los artículos sean publicados.
¿Cómo saber si la vacuna genera otros problemas? Si alguien presenta, por ejemplo, una crisis cerebrovascular a los pocos días de ser inyectado, se puede pensar que ésta pudo ser la causa; sin embargo, la frecuencia de esos casos entre quienes han sido vacunados no es mayor que entre las personas que no lo están; y como la vacuna previene el COVID-19, enfermedad que produce eventos cerebrovasculares, es más probable que alguien sufra una crisis cuando no la ha recibido.
¿Se puede rastrear personas con la vacuna? No. Internet, las redes sociales, los smatphones, dispositivos GPS y sitios web, todos nos rastrean. Pero los microchips disponibles hoy que cumplen esa función, no son lo suficientemente pequeños para pasar por las agujas de vacunación.
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Gradualmente, todas las dudas han ido resolviéndose. La ciencia médica crea vacunas que enseñan a nuestro sistema inmune a reconocer los virus, dándole instrucciones para identificarlos y herramientas para destruirlos. Con esta información desarrollada a partir del Ácido Ribonucleico, nuestras células inmunes son capaces de configurar un ejército defensivo que detecta y desmantela el COVID-19, produciendo además anticuerpos para prevenir que este coronavirus vuelva a infectarnos.
Es cierto que las personas que viven con enfermedades crónicas, sistemas inmunes débiles y condiciones médicas especiales siguen siendo vulnerables a esta infección viral, aun después de haber sido vacunadas. También que entre quienes sufrieron y se recuperaron de la enfermedad, muchos padecen síntomas de largo plazo en cuanto a fatiga, caída de cabello, pérdida de memoria, afectaciones nerviosas y otros problemas con los que deben lidiar.
Pero ante un panorama sombrío que amenazó la salud a nivel global, causando muerte, dolor, sufrimiento y tristeza en la población –así como una colosal crisis económica–, finalmente la colaboración internacional, el trabajo conjunto de la comunidad médica y científica dio vida a las vacunas que con su efectividad hoy nos han liberado de la pandemia, protegen la vida y renuevan la esperanza.
Así como las noticias e información negativas son las más leídas y compartidas, así los virus pueden mutar y producir infecciones más mortales y destructivas.
Foto: Olivia Snow.
Los milagros existen y no se dan solos: requieren casi siempre –aunque sea de forma involuntaria– de nuestra participación. Porque las vacunas anti-COVID-19 han sido, con seguridad, la respuesta a millones de oraciones en todo el mundo.
A pesar de las pérdidas personales o familiares, hay mucho por qué agradecer.